Por Horacio Almanza Alcalde
Fotografía de portada: Fraccionamientos a un costado del parque El Rejón / Horacio Almanza
Por décadas, las clases más altas en la escala económica calificaron los reclamos ambientalistas como cosas de hippies. La aspiración de incrementar las fortunas los llevó a apostar por una política global de desarrollismo y crecimiento sin freno. Si los de más arriba triunfan, yo también lo haré ¿por qué ponerles obstáculos? –dicen aún-.
Muy poco sería de la gran industria sin la extracción, transformación y desecho masivos de bienes naturales y sus ecosistemas. Muy poco sería del capitalismo sin los emporios mineros, cementeros, madereros, metalúrgicos, de la construcción, petroleros, refresqueras, cerveceras, farmacéutica, agroindustriales, y casi no hay corporación transnacional que no base su lucro de una u otra manera en materia prima arrancada a nulo o bajo costo de los ecosistemas silvestres de la tierra a punta de maquinaria industrial.

Se nos impuso ideológicamente un lifestyle que nos obligaba a una carrera desenfrenada hacia la noción incuestionable de progreso. La élite económica ignoró olímpicamente el llamado de alerta del reporte Brundtland de la ONU que convocó en la década de los 80’s a perseguir el desarrollo sustentable. También buscó taparse los oídos ante las alarmas ensordecedoras del calentamiento global, al grado de que la industria de los combustibles fósiles cabildeó e invirtió millones para comprar científicos que desviaran el debate, y la derecha estadounidense negó el cambio climático como política de Estado. Pero su indiferencia y la política de distracción tuvieron límites.
En el nuevo milenio, ya la opinión pública hablaba del tema y los medios internacionales transmitían imágenes explícitas del derretimiento de los glaciares y la intensificación de los desastres naturales (que valga decir, causaban serios daños económicos), los científicos tenían consenso y la opinión pública lo tenía claro. El negacionismo ya no era factible.
El discurso científico comenzó a oírse mientras la clase política dominante aprobaba leyes dictadas por las transnacionales a favor de los pesticidas, de la práctica del fracking, repartía concesiones a discreción (y sin discreción) a mineras, dragaba el lago de Texcoco para construir un mega aeropuerto, se hacía de la vista gorda ante los desechos tóxicos en ríos, y los movimientos sociales exigían un alto a toda esta locura. Como no era posible seguir simulando, había que pensar en ir incorporando la ecología al discurso de derecha.
Se decía que con la “Economía –léase capitalismo- verde” saldríamos del problema, se hablaba de compensación de emisiones y compra-venta de bonos de carbono, así como medidas gradualistas de reciclaje y economía circular. Pocos se creyeron el discurso. Quizás, entonces, ¿ya sería tiempo de subirse al barco de la energía “verde” ó “renovable”?- se preguntaron-, finalmente seguía siendo un sector altamente lucrativo y más con el tiempo, pues tarde o temprano iba a suceder.
Los ricos ya hablaban abiertamente en los espacios privados de la alarma ambiental y la necesidad de encontrar soluciones, los emprendeduristas hicieron propuestas estéticamente atractivas, consumían productos “ambientalmente amigables”, traían playeras con consignas ecologistas y ¡Oh wow!. hasta participan en alguna marcha al lado del pueblo.
Las áreas naturales libres de huella humana se volvieron los lugares favoritos para comprar casas de campo y vivir –en vacaciones- la aventura de la vida en armonía con la naturaleza. Si ya comenzaba a ser cool parecer progre, el tren maya, la refinería Dos Bocas y la Reforma Energética dieron el mejor motivo para emprender la aventura de la lucha social. ¡Había que hacer algo para parar al dictador ecocida y de paso subirse de lleno al tren del ecologismo! Los dueños de mineras, papeleras, procesadoras de alimentos, medios de comunicación, constructoras ya habían logrado unir y hacer parecer a la oposición de derecha como adalides de la justicia, era momento de crear una plataforma ambientalista de largo alcance que se opusiera al tren maya y a la política de combustibles fósiles de López. Había toda una ciudadanía ambiental por conquistar.

Los mismos que abrieron las puertas al Glifosato, a los monocultivos, quienes talaron mangle para grandes complejos turísticos, que hacen grandes negocios inmobiliarios y agropecuarios en áreas forestales y campesinas, quienes compran casas y se apropian de propiedades comunes en comunidades pesqueras, que demuelen cerros para producir cemento, los zares de la celulosa, aquellos que impulsan el crecimiento de la frontera urbana, que extraen y comercializan los manantiales en zonas rurales, entre otros emprendedores, nos vienen a decir que lo de hoy es la energía renovable (en manos privadas, cabe anotar). El domingo pasado incluso lograron articular un discurso ecologista en clave legislativa que nos advertía de la obsolescencia y el carácter ecocida de acotar el control privado y transnacional sobre los energéticos.
Lo de ahora son las tecnologías verdes, entiendan, no importa cuántos minerales requieren, qué tan dependientes son de la energía convencional, qué derechos humanos de las comunidades hay que violar, qué daños a la fauna causan y qué precios nos van a ofrecer. Las comunidades mayas e ikoot de Yucatán y Oaxaca respectivamente tienen mucho que contarnos de su experiencia con las renovables.
En la visión de los “lords” y las “ladys”, las tecnologías nos ofrecen una salida a la crisis climática ¿Qué más claro ejemplo que la nueva generación de autos eléctricos que no emiten gases de efecto invernadero? Basta conectarles a una fuente de electricidad (de energía sucia por cierto) y ¡pum!¡si sale papá!. Casi nos dicen que quien no tiene uno, es porque no quiere y que sólo hay que adquirir un Tesla para ser parte del cambio.
En Chihuahua todos los legisladores federales de oposición (¿hay que especificar a qué clases representan?) se pintaron de verde en las tribunas. “Lo importante son las renovables” –repetían- ¿las nogaleras y manzanales en pleno desierto qué? ¿los lagos artificiales de fraccionamientos de lujo en medio del desierto qué? ¿Los pozos ilegales qué? ¿La tala ilegal qué? ¿Las emisiones industriales de sustancias tóxicas a la atmósfera, qué? La destrucción de los cerros por el negocio inmobiliario, la urbanización sin permisos, la devastación minera de agua y suelo, el uso indiscriminado de agroquímicos, el río Chuvíscar contaminado por los desechos de BAFAR, el gasoducto El Encino-Topolobampo, el Chepe (¿Qué no es también un tren en territorio indígena?), la sequía atípica en el campo chihuahuense, la construcción de carreteras, el despojo de tierras para tala, el asesinato de defensores ambientales ¿Qué, qué y qué?
De hecho muchos de los causantes de estos ecocidios, son patrocinadores de los partidos de Vá por México. Los legisladores de la Alianza estaban por la vida, sí, pero por su vida como partidos políticos en el tablero electoral. Los patrocinadores de estos partidos estaban por la conservación, sí, pero por la conservación de sus intereses y privilegios fiscales de antaño. De la política ambiental de la 4T podemos hablar posteriormente.
Las contradicciones de las clases más altas son claras, pero el problema es más complejo de lo que se ve. Hay un entrecruzamiento entre factores económicos, ambientales, legales y de soberanía nacional, muchos de los cuales son de interés común. Sería un error discutir sus implicaciones de forma aislada.
A todos nos gustaría que estos factores marcharan en armonía y sin conflicto entre sí, aunque eso es imposible, lo que sí es posible es minimizar las violaciones a la ley, fortalecer la regulación, pugnar por una economía distributiva, liberarse de intenciones neocolonialistas, garantizar y privilegiar el ejercicio de derechos humanos y a un medio ambiente sano. ¿Y el negocio? –preguntan los millonarios- Hasta el momento la propiedad y la ganancia privadas ni siquiera están en juego, pero que ponerlas en el centro de las prioridades es lo que ha llevado al colapso ambiental (y social y político) actual y en marcha. Si bien, la presión, incidencia y acción directa de la sociedad civil demuestra que transformaciones firmes son posibles, el Estado (entiéndase aquí como el aparato burocrático administrativo sujeto a un marco jurídico) tiene una obligación que cumplir en este sentido y no hay que dejarlo ir sin cumplir ese mandato. Del ecologismo de los ricos nada podemos esperar más que un mundo en llamas. Mientras la ciudadanía climática propone soluciones estructurales, ellos siguen soluciones individuales lucrativas, costosas y frívolas.
P.D. Este texto fue inspirado por el paisaje del Parque el Rejón-en Chihuahua-, cuyo embalse, antes un área natural libre de urbanización, se rodea semana a semana de fraccionamientos de lujo, calles pavimentadas y torres de alta tensión. Si el lago se admira hermoso para los residentes de los fraccionamientos en la parte alta de las lomas, para la salud del ecosistema la historia es diferente. El título del artículo es un juego de palabras a partir de la emblemática obra del pensador Joan Martínez Alier “El ecologismo de los pobres”.
HORACIO ALMANZA ALCALDE ES ANTROPÓLOGO SOCIAL, PROFESOR INVESTIGADOR DEL CENTRO INAH CHIHUAHUA, ACTIVISTA Y COLABORADOR DE VARIAS ORGANIZACIONES DE DERECHOS HUMANOS.
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