Chihuahua

miércoles 12 febrero, 2025

¿Salud mental?

¿Qué pasaría si antes de pensar en la salud mental como algo que responde únicamente a la forma en la que funciona cada cuerpo “por naturaleza”, nos preguntamos si la persona tiene condiciones sociales justas que permitan soñar, crear, dejar de pensar en la subsistencia y den lugar a la elección, si tienen oportunidad de establecer relaciones de encuentro y cercanía que permitan el diálogo, encontrase y recrearse a unx mismx, así como sentirse parte de un algo…

Por: Veredas Psicosociales

*Veredas Psicosociales es una organización de mujeres que acompaña proyectos de vida digna y contrarresta los efectos de las violencias y desigualdades desde el feminismo y una perspectiva psicosocial.

La salud mental es un tema que ha tomado notoriedad particularmente después de la pandemia de COVID, pero, aunque está en boga, y se habla ya coloquialmente de ésta, poco nos ponemos a reflexionar sobre lo que es y lo que implica. Para Veredas Psicosociales, pensar en salud mental nos invita a explorar varios caminos, aquí intentaremos dibujar algunos de ellos para mirar un poco hacia dónde nos llevan, los riesgos que consideramos que existen cuando optamos por entender la salud mental únicamente desde la psicología tradicional y algunas propuestas sobre a dónde podemos dirigir la mirada.

Para la Organización Mundial de la Salud (OMS), la salud mental es un estado de bienestar mental que permite a las personas hacer frente a los momentos de estrés de la vida, desarrollar todas sus habilidades, poder aprender y trabajar adecuadamente y contribuir a la mejora de su comunidad. Es parte fundamental de la salud y el bienestar que sustenta nuestras capacidades individuales y colectivas para tomar decisiones, establecer relaciones y dar forma al mundo en el que vivimos1.

Bajo esta definición, destaca como punto central el estado de bienestar mental. Nos preguntamos entonces ¿qué pasa en la sociedad actual que una gran parte de la población está diagnosticada con depresión y ansiedad? Es decir, que no se encuentra en ese estado de bienestar mental.

Si volteamos la mirada hacia una comprensión médico-biológica, nos surgen más dudas como: ¿Quién determina qué es una afección o trastorno (la falta o ausencia de salud mental) ¿cómo se diagnostica la ausencia de salud mental?. La respuesta la encontramos en dos sistemas de clasificación de la Salud Mental: el CEI y el DSM, en este lado del mundo se hace un uso más generalizado del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM), que fue creado en 1952 por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (APA) con la finalidad de crear una forma uniforme de definir los trastornos de salud mental. Este es un manual de revisión obligatorio al menos en la carrera de psicología, es decir, todo estudiante de psicología necesita empezar a entrenarse en la identificación de los trastornos que puede desarrollar una persona que no cuenta con una salud mental óptima, esperada o “normal”

En cuanto a la finalidad el DSM, hace ruido el hecho de que haya sido creado para contar con una forma UNIFORME de definir los trastornos de salud mental. Se entiende que, dada la cantidad de población en este planeta, se requieren ciertos criterios para identificar cuándo hay alguna situación que rebasa las capacidades del individuo y se ve en la necesidad de recurrir a ayudas, muletillas, apoyos o procedimientos para que ésta pueda desarrollarse plenamente. Pero ¿una forma UNIFORME de definir los trastornos de salud mental? ¿y si ahí radica una de las principales cuestiones? ¿es posible que todas las personas entremos en alguna clasificación de normalidad/anormalidad? ¿Y si pensamos que la humanidad es tan diversa que no siempre cabrá en esta dicotomía? ¿y si hay muchos puntos intermedios entre esos dos polos?

Además, cabe resaltar que este manual cuenta con 5 versiones que se van actualizando con el tiempo, siendo la versión V la más reciente publicada en el año 2013. Según esta versión, trastorno es “es “un síndrome caracterizado por una alteración clínicamente significativa del estado cognitivo, la regulación emocional o el comportamiento de un individuo, que refleja una disfunción de los procesos psicológicos, biológicos o del desarrollo que subyacen en su función mental”.2

Basar nuestro entendimiento de salud mental en esta definición deja muchas brechas abiertas pues los criterios para considerar un trastorno cambian con el tiempo. Por ejemplo, en la edición número I del DSM (1952), contenía la desviación sexual (homosexualidad) como una categoría de enfermedad mental, es decir, como un trastorno de la personalidad.3

No hay que olvidar tampoco que el DSM se creó bajo un paradigma dominante que privilegia la mirada individualizante y productiva, de alguna forma es una herramienta que el sistema capitalista crea (y estandariza) para hacer encajar a todas las personas o su mayoría, en ciertos criterios bajo los cuales se pueda vivir y producir.

No obstante, a través del tiempo hemos sufrido cambios socio-económicos-culturales, lo que se ve reflejado en las personas, grupos y generaciones, y, por lo tanto, también en las versiones de este manual. Esto nos habla de cómo se puede juzgar la salud mental desde visiones que posteriormente no podrían ser entendidas de esa forma o hasta podrían ser contradictorias (como es el caso de la homosexualidad arriba mencionada). Quizá muchos de los trastornos que se catalogan hoy como tal, sólo estén generando estigmatización y marginación cuando no tienen nada que ver con la salud mental.

Uno de los riesgos que consideramos más importantes al entender la salud mental solo desde esta mirada, es el hecho de que los problemas en salud mental se abordan desde la individualidad. Tú, persona, eres diagnosticada con algún trastorno y el tratamiento se basará en que tú puedas cambiar lo que sea necesario para volver a adaptarte, dejando por fuera el contexto en el que ese trastorno se desarrolló.

Ahora bien, ¿qué pasa si volteamos la mirada lejos de la comprensión medica-biológica a una social y contextual para interpretar esta información de lo que sucede en nuestro país?, es decir, si usamos una mirada que contemple la cultura, los afectos, el género, el contexto económico, social, político, los recursos de la persona desarrollados previamente y en desarrollo para comprender la salud mental.

¿Qué pasaría si antes de pensar en la salud mental como algo que responde únicamente a la forma en la que funciona cada cuerpo “por naturaleza”, nos preguntamos si la persona cuenta con un trabajo estable que le permita cubrir la renta y la comida (factor socioeconómico) y le permita tener tranquilidad en lugar de ser un factor de estrés? ¿y si analizamos si el estilo de vida y laboral le permiten dormir un mínimo de horas saludables?, si tiene la posibilidad de realizar actividades que potencien sus capacidades y espíritu, si tiene condiciones sociales justas que permitan soñar, crear, dejar de pensar en la subsistencia y den lugar a la elección, si tienen oportunidad de establecer relaciones de encuentro y cercanía que permitan el diálogo, encontrase y recrearse a unx mismx, así como sentirse parte de un algo…

Hacer una lectura social y contextual de esta información observando el medio y qué tanto provee seguridad y salud a la persona, puede ser una clave para entender la razón de que tanta gente en la actualidad no cuente con una óptima salud mental. Cabe hacer mención que un efecto de esta mirada es la desprivatización de la responsabilidad de la salud mental¸ es decir, mirar el contexto nos lleva ver que la salud mental no depende única y exclusiva mente de la persona, no es solo su responsabilidad, sino de todos los elementos del ambiente y del contexto en el que se desarrolla la persona, por tanto, la responsabilidad también es del estado.

Entonces quizás la ansiedad (o un trastorno de ansiedad), por ejemplo, no sería tanto una respuesta desadaptativa, quizás es la forma en la que el cuerpo de las personas está pudiendo manifestar, reclamar, defenderse o transitar todas esas cosas que están ocurriendo y con las que claramente no se está de acuerdo o no se está pudiendo.

Por ejemplo, quizás la ansiedad tiene todo el sentido del mundo en un contexto en el que se ve amenazada la seguridad a cada segundo por ser mujer, quizás la ansiedad no está tan fuera de lugar cuando se piensa que la crisis ambiental ya nos rebasó y entonces se presenta angustia al pensar en el futuro y en que hay muchas empresas que lo dejan pasar porque hacerle caso implicaría pérdidas económicas. Tal vez el miedo a socializar no es tan inesperado cuando se escucha que hay violencia en todos lados, que hay una guerra en este momento que está matando a cientos de niños, de madres, de bebés… cuando se pierde la confianza en los otros y se opta por quedarse en cama todo el día para no seguir escuchando o pensando en esos trágicos escenarios (que son reales). O cuando se ha perdido el trabajo y no se encuentran oportunidades dignas y se tiene a toda una familia que mantener…

A lo que vamos es a que, al voltear hacia esta mirada, en donde tomamos en cuenta el contexto, hay muchos discursos y recursos interesantes a tomar en cuenta, como entender que hay reacciones y vivencias que como personas desarrollamos de acuerdo con el contexto en el que se habita.

La salud mental no se construye de la nada, no es como que un día se nace con cierta salud mental y se conserva por el resto de la vida, es algo que se va construyendo y si o si, el contexto en el que se crece y se desenvuelve la persona, tiene un impacto muy grande en ella. La construcción de salud mental no debe obviar las condiciones de desigualdad personales, locales, sociales y a gran escala que dificultan que ésta se dé, pues la salud mental no es sólo un estado subjetivo, sino una consecuencia de un ordenamiento social justo que brinde condiciones de bienestar.

A lo largo de la vida vamos aprendiendo, de muchas maneras, lo que es valioso o importante para cada persona, qué es lo que merece ser cuidado y atesorado. Esto se aprende a través de lo que se ve, lo que se escucha y, sobre todo, de lo que se va compartiendo. En este sentido, lo que creemos de nosotrxs mismxs, las respuestas que tenemos ante lo que nos parece injusto, las habilidades que desarrollamos para tomar decisiones, para hacer frente a situaciones difíciles, para sostener la incertidumbre, para adaptarnos o no, están llenas de historias compartidas con muchas otras personas, son el resultado de lo que hemos aprendido a lo largo de la vida en la interacción con otras personas, con discursos, con la naturaleza y los seres que forman parte de ella.

Pongamos un ejemplo sobre este último punto: Hay un discurso dominante en la cultura que dice que no se puede dar aquello que no tienes, no se puede dar, por ejemplo, amor, si primero no se ama la persona a sí misma, nosotras nos preguntamos ¿cómo voy a ofrecer o dar algo que no he recibido previamente? Como decíamos, no nacemos sabiendo amar, lo vamos aprendiendo. Entonces, alguien nos lo ofrece, nosotrxs lo recibimos, le damos un valor, lo regresamos, lo compartimos con más personas y ellas a su vez con más y es entonces como aprendemos, siguiendo este ejemplo, a amar. Por tanto, es una construcción colectiva que depende de lo que recibo y lo que doy con más personas en más momentos y del valor que juntas se le va atribuyendo.

Siguiendo este sentido ¡imaginemos nuevamente la diversidad de historias que hay en el mundo! La diversidad de formas de entender el mundo, la vida, el amor, la injusticia, el dolor, la amistad, el cariño, la diversidad que existe en las respuestas que tenemos hacia lo que no estamos de acuerdo. No cabemos todos en un manual, no existe una forma “uniforme” para ser, estamos hechxs de historias colectivas.

En el texto pasado, en donde escribimos sobre colectivizar la sanación, hablamos sobre cómo mucho de los sentires que se tienen como individuo, se experimentan de forma aislada, aunque en realidad son muy compartidos, gran parte de la población siente soledad, tristeza, impotencia, pero al no hablarlo, se vive en la individualidad. Es similar a la salud mental, en donde valdría la pena hablar y compartir para darnos cuenta de que muchas personas atraviesan la misma experiencia, que más personas tienen respuestas que según el DSM o la psicología tradicional, podrían ser “desadaptativas” pero que, al analizarlas en conjunto, pueden identificarse como formas en las que se está encontrando una salida, resistencia o sobrevivencia. La construcción de estas respuestas es colectiva también, y así como hasta ahora se han encontrado estas formas, quizá en colectivo se puedan seguir encontrando o construyendo otras.

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1. https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/mental-health-strengthening-our-response
2. Medrano, Juan. (2014). DSM-5, un año después. Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, 34(124), 655-662. https://dx.doi.org/10.4321/S0211-57352014000400001
3. Peidro, Santiago. (2021). La patologización de la homosexualidad en los manuales diagnósticos y clasificaciones psiquiátricas. Revista de Bioética y Derecho, (52), 221-235. Epub 25 de octubre de 2021.https://dx.doi.org/10.1344/rbd2021.52.31202

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Este texto de opinión fue realizado por Veredas Psicosociales para El Muro, integrante de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes ver su publicación original.


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