Por Edgar Ávila Pérez / Border Hub
Ilustración de portada: Carlos Mendoza
Una lucha fratricida entre barones de la droga y su combate por parte del Estado, dejó cientos de desaparecidos, fosas clandestinas regadas por doquier, restos humanos despedazados, cientos de cuerpos sin identificar y develó la indolencia oficial.
En una tierra que sabe cantar y reír, a los hombres los alcanzó la violencia y no hubo tiempo para ser frágiles, debieron enfrentarla tragando en silencio todo el dolor del mundo.
Ausencias en casa, campos ensangrentados y frigoríficos repletos de cadáveres sin identidad, forman parte del bucle interminable de la desgracia en que se convirtió una tierra fértil y alegre. Son las secuelas de una guerra contra el narco.
Un día, una noche, la fatalidad tocó a la puerta y se llevó el sosiego y la vida dejó de ser vida, la familia quedó rota y en ese caos hubo que ser hombre, dejar los arreos de oficios y profesiones para cavar fosas, siempre de otros, nunca las del ser querido.
La historia siempre es la misma, aunque cambien los nombres de los protagonistas, en una región donde hubo una guerra declarada contra los cárteles de la droga desde el 2010, con todas sus consecuencias.
Y la fatalidad alcanzó a cientos en una lucha fratricida entre barones de la droga del Cártel de Los Zetas, Gente Nueva Generación, Jalisco Nueva Generación, El Golfo, Grupo Sombra, y su combate de las fuerzas del Estado en cada rincón de Veracruz.
Los cientos de desaparecidos, las fosas clandestinas regadas por doquier, restos humanos despedazados, cuerpos sin identificar y la indolencia oficial, solo son el reflejo del infortunio que alcanzó a Veracruz, “rinconcito donde hacen su nido las olas del mar”, aunque las olas de estos años se tiñen de otro color.
A los hombres de estos lares los alcanzó la violencia y no hubo tiempo para ser frágiles: el silencio de la noche es mancillado por el grito de un hombre que no obtiene respuesta; otro más, cava zanjas como autómata sin encontrar lo que busca; y un tercero, se hace fuerte y pasa por sudor para ocultar el llanto.
Son hombres, varones que, frente a la desaparición de un hijo, les tocó seguir, negociar, caminar, levantar, cavar, tragar en silencio todo el dolor del mundo, su mundo, porque es lo que de ellos se espera en una sociedad machista y patriarcal.
La sangre de la tierra
En rincones insospechados brotan cadáveres. A orilla de lagunas, en medio de bosques y selvas, en predios desérticos y tierras cercanas a grandes urbes, emergen cementerios clandestinos.
Si en un mapa de Veracruz se marcaran las zonas donde colectivos y autoridades han encontrado restos humanos, aparecerían alfileres en casi todo el territorio.
Son las fosas de la desesperanza, 642 según los datos oficiales de la Fiscalía General del Estado (FGE), porque aunque el número es descomunal, son pocos los afortunados que en estas búsquedas han encontrado o identificado a sus familiares.
Las historias personales se convierten en públicas cuando hay cientos de cuerpos desenterrados en fosas clandestinas, 609 para ser exactos, algunos con años de haber sido sepultados clandestinamente, otros de tiempos más recientes.
Y si esa cifra no basta para escandalizarse, habría que agregarle 381 cráneos y un amasijo de carne y huesos de 58 mil 606 restos humanos, según informes de la Fiscalía General del Estado, obtenidas por vía de la transparencia (2011 al 2021).
“La guerra al narco fue el error que le puso el clavo al ataúd de México”, así, lapidaria, describe lo sucedido en Veracruz Ángeles Díaz Gaona, fundadora del Colectivo Solecito, organización que descubrió el cementerio clandestino más grande de Latinoamérica: Colinas de Santa Fe, con 303 cuerpos.
Mujeres y hombres, sin distinción de clases, agrupados en colectivos se han volcado a la búsqueda; recorren brechas, campos desérticos, selvas, manglares para ubicar tiraderos humanos: una carrera contra el tiempo y contra el olvido. Y tras hacer el trabajo de las autoridades, notifican a las comisiones de búsqueda y fiscalías para que inicien los trabajos periciales.
“En cualquier otro lugar, si se hubieran encontrado 300 cuerpos te dirá el nivel de la violencia que sucede ahí y de la impunidad, una muestra estadísticamente hablando es brutal y con esa muestra bastaba para mostrar el nivel de impunidad en Veracruz”, agrega Gaona, quien junto con las mujeres buscadoras, fue galardonada (2018) por la Universidad Notre Dame con el Premio Notre Dame.
Actualmente, la Fiscalía General del Estado, junto con los colectivos de familiares de desaparecidos, trabaja en la recuperación de restos humanos en las fosas clandestinas de Arbolillo y Campo Grande en Ixtaczoquitlán y en la Guapota, municipio de Úrsulo Galván, así como en diversos municipios del estado. Y en la identificación de los cuerpos recuperados, en Colinas de Santa Fe, de manera coordinada con Guardia Nacional.
Desaparecer para el olvido
La historia del taquero del puerto de Veracruz, Mario Herrera Nato, quien busca en cementerios clandestinos a su retoño; la del jubilado Don Romualdo Aguirre, enterrando varillas con la esperanza de rastrear a su hijo en la zona montañosa central; y del albañil José Luis García en espera de su primogénito en la capital, solo son una muestra de miles que buscan a los suyos.
Cinco mil 337 personas, según la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas, se encuentran desaparecidas en territorio veracruzano y sus familiares y amigos luchan incansablemente para ubicarlos recorriendo cárceles, hospitales, servicios forenses, tocando puertas.
Tan sólo en el 2021, autoridades ministeriales iniciaron más de mil 400 carpetas de investigación por desaparición de personas en las distintas regiones del estado, de las cuales recuperaron mil cinco. No lograron ser ubicadas 395.
“No puede detenerse la desaparición porque ya encontraron que les funciona, quedan impunes los crímenes, no pasa nada”, acusa la activista.
Como ejemplo, pone “la escandalosamente macabra” historia de Colinas de Santa Fe, un predio ubicado en los accesos del puerto turístico y de carga de Veracruz con docenas de cuerpos, cráneos y restos humanos, donde -dice- “no tenemos una investigación, no sabemos qué pasó, cuándo, cómo. No hay respuestas”.
Los cuerpos sin nombre
Y después de todo el trabajo comunitario de búsqueda de fosas, ubicación y extracción de restos, las familias se topan con una pared institucional que mantiene en contenedores móviles, cuartos fríos y cámaras frigoríficas a mil 628 cuerpos sin darles una identidad.
Los Servicios Médico Forenses de la Fiscalía General del Estado resguardan los restos de hombres, mujeres y niños que esperan volver a su hogar, pero detenidos por la desidia oficial que durante años dejó de invertir en identificación forense o simplemente dejó pasar las cosas.
“Es un tema complicado, los Servicios Periciales están totalmente saturados, aparte que no tienen los laboratorios o reactivos suficientes”, acusa la buscadora.
Además, admite, la identificación de restos es compleja porque muchos están fosilizados y requieren el AND y se carece de marcadores genéticos de la contraparte para compararlos; hay carencia de especialistas forenses surgidos de la la academia; a ello, se le agrega -afirma- la indolencia de autoridades del pasado, quienes simplemente no hicieron su trabajo.
La fiscal General del Estado, Verónica Hernández, reconoce el grave problema que heredó en la falta de identificación y búsquedas, por lo que fortaleció las áreas y creó la Unidad Integral de Servicios Médicos Forenses, única en su tipo en el país, que contará con tecnología de punta, laboratorio de genética forense, Servicio Médico Forense y un cementerio ministerial con capacidad para 210 cuerpos.
“Será clave para atender la demanda de colectivos de búsqueda de personas desaparecidas, quienes durante muchos años han exigido a las autoridades trabajo forense de calidad”, expuso.
El edificio, con una inversión de 130 millones de pesos, incluye plataformas automatizadas para extracción de muestras de ADN, cuartos fríos para trabajar sin electricidad, área de necropsias para dar trámite a varios cadáveres de manera simultánea, grabando siempre las autopsias para poder presentarlas como evidencia ante la Fiscalía.
El olvido que se niega a ser
Hablar sobre el dolor de los demás se ha convertido en un hecho común en las redes sociales, en la prensa, incluso en la academia veracruzana, pero el dolor propio, aquel que aqueja los días, que no deja dormir, que provoca desintegración familiar, falta de dinero y una evidente desgracia en todos los ámbitos de la vida, de ese dolor solo pueden hablar los propios afectados.
Los tres textos que presentamos reflejan que un padre jamás olvidará los momentos radiantes de sol que vivió con sus hijos, como tampoco es capaz de echar al vacío la vida de alguien a quien ama como a nadie en la vida.
Los tres hombres continúan la búsqueda, gritando el nombre de sus hijos, y buscando un cuerpo, así sea para ponerlo en una tumba, anhelan que su caso no caiga en el olvido.
Conoce las historias:
PARTE I: BUSCANDO A LUIS ÁNGEL
PARTE II: BUSCANDO A ÉDGAR ISAÍAS
PARTE III: BUSCANDO A JOSÉ ROBERTO
Este reportaje es parte del Hub de Periodismo de Investigación de la Frontera Sur, un proyecto del Border Center for Journalists and Bloggers.
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