Este 8 de marzo las mujeres de Creel y sus alrededores en la Sierra Tarahumara resignificaron espacios donde han ocurrido violaciones y marcharon para exigir respeto a sus derechos como mujeres indígenas y mestizas.
Por Patricia Mayorga y Raúl Fernando
Creel, Bocoyna, Chihuahua.- Amaneció el 8 de marzo. Las mujeres de Creel —niñas, adolescentes, jóvenes, adultas, indígenas y mestizas— estaba preparadas con listones morados, flores y carteles con mensajes poderosos que ellas mismas hicieron.
Antes de la hora convocada para la marcha, un grupo de mujeres rarámuri se reunió para hablar de sus derechos en la Plaza de la Paz, donde en 2008 un grupo armado asesinó a 13 personas después de un evento deportivo.
Una de ellas cargaba 20 cartulinas con los Derechos de las Mujeres de los Pueblos Indígenas, reconocidos por la Comisión Estatal para los Pueblos Indígenas (COEPI). Se las repartieron, las leyeron y luego reflexionaron en grupo.
Entre estos derechos están el derecho a no ser discriminada, a hablar el idioma materno, a no ser maltratada, de elegir el número de hijos que quieran tener, a decidir sobre métodos anticonceptivos, a elegir marido o a elegir no casarse, a participar y ser escuchadas en las asambleas y reuniones de la comunidad, a tener tierras propias, entre otros.
En muchas ocasiones, estos derechos no son respetados en su comunidad y fuera de ella, en el trabajo, entre la sociedad en general y con las mismas autoridades que deberían garantizarlos.
Enedina Rivas, coordinadora de la Casa de la Mujer Indígena, preparó esta actividad así como prepara talleres y pláticas para las comunidades que visita para que las mujeres indígenas, rarámuri como ella, conozcan sus derechos.
“La violencia que sufrimos las mujeres indígenas es muy callada, muy silenciosa, no es visibilizada. No hay cifras de nuestras comunidades de cuánta violencia sufrimos las mujeres indígenas”, dijo Enedina en entrevista.
“Pero ya basta, tenemos corazón, también sentimos, pensamos y nos duele lo que nos hagan, nos duele si nos golpean, nos duele si nos discriminan, nos duele si nos maltratan, nos duele si no nos escuchan, si no nos atienden, si no tenemos la oportunidad de un buen trabajo y bien pagado, si no tenemos la oportunidad de ejercer un cargo, todo eso nos duele porque tenemos corazón y sentimos”.
La lista continúa: el derecho a una vida digna, a estar protegidas, a ser reconocidas, a tener acceso a recursos públicos para proyectos productivos, a tener un territorio, a recibir los servicios del gobierno, a ocupar cargos importantes, a decidir sobre los recursos naturales, a recibir información sobre los derechos, a compartir por igual con los compañeros, a ser reconocidas como importantes, y a vivir según las costumbres y tradiciones de la comunidad.
Enedina también explicó el origen de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, sobre la lucha de las mujeres trabajadoras que exigieron condiciones laborales justas.
Así también en la Casa de la Mujer Indígena buscan protegerse entre ellas mismas, dando talleres en las comunidades para que conozcan sus derechos, para que reconozcan las violencias y busquen apoyo entre ellas y con las autoridades.
“Nosotros las acompañamos, las escuchamos, las canalizamos y sobre todo les damos seguimiento, porque es muy triste que una mujer indígena venga y por ser indígena no tenga esa atención, entonces ella se tiene que regresar, con su humillación y sus maltratos”, dijo Enedina.
Resignificar los espacios de dolor
Mientras el grupo de mujeres rarámuri estaba reunido en la plaza, otro grupo recorrió cinco puntos del poblado donde han violado mujeres, lugares que se convirtieron en focos rojos para las mujeres que visitan esa región.
Ellas fueron acompañadas por decenas de mujeres que estuvieron pendientes en los chats hasta sumarse a ellas en la marcha. Mujeres quienes trabajan en oficinas de gobierno estatal y que no pudieron participar de manera presencial porque sus jefas les prohibieron ir.
En esos lugares ofrecieron un canto, un listón morado y una cartulina con un mensaje, con la esperanza de poder transitar libres y que nunca tengan que repetir una ruta así.
“Son focos rojos de agresión contra mujeres en Creel. Son lugares que las mujeres que denunciaron, señalan como los lugares de agresión. Venimos a resignificarlos y regresar su fuerza al lugar” explicó Arely, de la Red Ane’ma Tejido Intercultural.
Con copal como símbolo de purificación y limpieza, se acercaron a cada lugar.
Los primeros puntos fueron el cerro de Chapultepec, la calle Ichiméame y un cerro detrás del campo de béisbol. En éste último, Carmen leyó uno de los poemas designado para el recorrido. Es de Guisela López:
Es necesario
revertir el hechizo.
Ese,
que borra a las mujeres
de los libros de historia,
de las esferas de poder,
de las antologías.
Ese,
que las encierra
entre cuatro paredes,
con sólo
colocarles un anillo.
Mientras una de las mujeres coloca un listón morado entre los troncos en forma de moño, otras eligen el cartel indicado para cada lugar: “Juntas sanamos”, “Vivas y libres”, ” Libres y sin miedo”, “Cuando todo mundo está en silencio, incluso una voz se vuelve poderosa: Malala Yousafzai”, “Sororidad como mayor arma”.
Al mismo tiempo se escucha la canción Hija de la tierra, en la voz de las cinco mujeres.
Soy mujer fuerte, hija de la tierra
soy mujer fuerte, hija de la tierra
soy mujer fuerte, hija de la tierra
hija del agua, como la rivera
hija del viento, trayendo el misterio
hija del fuego, la luz abrazando
Al finalizar y despedirse de cada lugar, colocaron una flor arreglada por ellas, para dejar el pequeño memorial a los actos criminales que pocas veces terminan en justicia.
Uno de los últimos puntos fue una calle detrás de la Plaza de la Paz, por la que las mujeres de este poblado evitan pasar. “Se siente feo pasar por aquí y de noche, ni pensarlo”.
A otros dos lugares que también son foco rojo, no llegaron porque la marcha estaba por comenzar. Son la carretera a Cusárare y Choguita.
Al medio día ambos grupos se reunieron en la Plaza de la Paz, donde también decenas mujeres y familias sufrieron grandes pérdidas. Ahí repitieron el proceso: un canto, una ofrenda y la limpieza de las personas presentes.
Eligieron esa plaza como otro punto porque representa una herida que aún no cierra. Se convirtió en Plaza de la Paz en memoria de trece víctimas de la primera masacre ocurrida en la mal llamada “guerra contra el narco”, impulsada por el expresidente Felipe Calderón Hinojosa.
Ahí murieron trece hombres, todos jóvenes y un bebé de menos de un año. Cada año, las mujeres de sus familias al lugar para recordarles y exigir justicia, porque “el olvido no es opción”.
A la plaza llegaron más familias, niñas y niños con sus carteles que días antes habían preparado en colectivo. Enedina explicó que la marcha era en especial por esas mujeres que lucharon por sus derechos y por la igualdad y que ya no están.
“Juntas somos más fuertes”, dijo Enedina al final, antes de comenzar.
Participaron mujeres de manera independiente y las colectivas Ane’ma Tejido Intercultural, Casa de la Mujer Indígena Mukí Semati, Comunarr y la escuela Tamujé Iwigara.
Desde Creel y otras regiones de la Sierra Tarahumara, como Uruachi y Sisoguichi, las mujeres mostraron que hay esperanza en una tierra donde el crimen organizado y la violencia se han empoderado con mayor fuerza, los últimos quince años.
TE PUEDE INTERESAR: Mantener viva la memoria y la historia, el mural de Marisela Escobedo