Las antiguas grandes civilizaciones de la humanidad han visto un auge y un colapso, debido a conflictos sociales y ambientales, como guerras, sequías, incendios y la sobreexplotación de los recursos naturales. A no ser que cambie su rumbo, este también podría ser el caso de Ciudad Chihuahua, de acuerdo al arqueólogo e investigador Francisco Mendiola Galván.
Entrevista y fotografías por Raúl Fernando
“Como arqueólogo percibo que esa sociedad tan compleja, de complejidad urbana, no tiene mucha vida por delante ante el problema del agua. Aún así se ha sostenido, pero nada es para siempre. Ahí tenemos el gran problema del sustento de sociedades como las que tuvimos en Ur, en Mesopotamia”, dijo el arqueólogo en entrevista con Raíchali.
Ur, la ciudad antigua que menciona Mendiola, se situó en lo que ahora conocemos como el Medio Oriente, entre los ríos Tigris y Éufrates, que le dieron vida así como en Chihuahua lo han hecho los ríos Chuviscar y Sacramento. Alguna vez el centro político, económico y cultural de esta civilización decayó debido a la sequía, el mal manejo del agua y la eventual conquista por otros pueblos.
“Siempre el agua, o la escasez del agua, trae consigo cambios, cambios muy fuertes, pero determinante para el desarrollo sociocultural, y Chihuahua no es su excepción”, continuó el arqueólogo.
Así como en Ur, ese problema también se vivió en Tikal, Chichen Itzá, Palenque, Uxmal y en otros de los grandes centros urbanos de las civilizaciones mayas clásicas. Junto con la sobreexplotación de la selva, también vino la sequía y después, el abandono.
“Estas grandes ciudades se comen todo: recursos naturales, el agua, los minerales, la madera, la electricidad, el costo tan alto de producir electricidad. Pero es frenética la destrucción y es voraz el ser humano, y es el germen de su propia destrucción. Entonces tiene que haber cambios verdaderamente de raíz para pararle esta frenética marcha y carrera que nos mantiene al borde del precipicio”.
Mendiola se ha dedicado a entender las culturas y civilizaciones antiguas, la forma en la que pensaban y las actividades en las que ocupaban sus días. Por más de veinte años recorrió las llanuras, desiertos y barracas de Chihuahua y sus estados vecinos, como investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Sus años de investigación, entre libros y matorrales, le hicieron entender que el presente se debe analizar tomando en cuenta el pasado, pero que también el pasado se debe estudiar teniendo en cuenta el presente. Quizás así, dice, se podría encontrar una solución.
El pasado y el ser sensible
El ser sensible, dice el arqueólogo, es el que requiere saber de dónde viene y a dónde va. Si el ser humano no siente la necesidad de responder estas respuestas, se genera el fenómeno de la anomia social.
Según su reflexión, el trabajo extenuante y repetitivo en las maquiladoras, la cultura de masas reproducida en los medios de comunicación y una educación deficiente, suelen provocar este fenómeno, una incapacidad de la sociedad de entender a dónde va
“¿Entonces para qué quieres historia, humanidades o arte, si lo que queremos es que produzcas porque tú eres un elemento más de esa máquina productora del capitalismo que toma más allá de lo que necesita?”, se pregunta Mendiola.
Cuando se rompe esta sensibilidad, dice, entonces se recurre a elementos del pasado.
Una de las principales guías en las expediciones del arqueólogo es el agua. Los ríos aportan el sustento a los asentamientos, sean grandes o pequeños, y es una condición necesaria para el desarrollo.
“Los arqueólogos encontramos los sitios cerca del agua, entonces lo que buscamos es el agua, no los sitios, porque los sitios arqueológicos van a estar a lo largo de las riberas de los ríos y de los arroyos (…). Ahí está asentada esa civilización, con estos grupos cazadores recolectores nómadas que pintaron Nombre de Dios, el Cerro Grande, los Ojos del Chuvíscar, la Cueva de las Monas.”, dice el arqueólogo.
Frecuentemente estas culturas han sido menospreciadas por la arqueología monumental, esa que se concentra en el estudio de las grandes pirámides mesoamericanas y que en Chihuahua se ha enfocado en la cultura Paquimé, influenciadas por el centralismo mexicano.
“Romper con ese estereotipo me costó más de 25 años. No porque sean nómadas cazadores recolectores son simples. La visión etnocéntrica así los ubica, pero tienen toda una complejidad de la cosmovisión, sus relaciones y su su control territorial. Las pinturas y los grabados reflejan mucho esa cosmovisión. Es tan rica esta arqueología y este desarrollo sociocultural, que está a la par de desarrollos monumentales como los de mesoamérica”.
La figura de un humano, de arroyos, montañas o un peyote, son detalles que revelan un pensamiento complejo, con sus preocupaciones, creencias y estilo de vida, pistas que podrían pasar desapercibidas para el observador casual, pero que resultan evidentes ante el estudio sistemático de los símbolos.
Esta capacidad de “aislar partes de la realidad y plasmarlas gráficamente” significa también una “organización social para la producción agrícola o para la apropiación que hace un cazador recolector”. Es decir, estas no eran sociedades simples.
Los grupos indígenas de las planicies y el desierto de Chihuahua poco a poco fueron expulsados del territorio por la colonización española, refugiándose en lo que ahora llamamos la Sierra Tarahumara, como hicieron los rarámuri. Otros grupos tuvieron menos suerte y murieron por enfermedades o trabajos forzados, como los conchos, tobosos, chinarras y chisos. En otros casos, fueron asimilados a la cultura de los españoles, perdieron su lengua y transformaron su estilo de vida.
Muchos de estos grupos hablaban idiomas emparentados entre sí, como el rarámuri y el concho, pertenecientes a la familia yuto-azteca, a la cual también pertenecen el hopi, pima, guarijío, tepehuano, náhuatl, y otros que dejaron de hablarse en la época colonial.
“Esa complejidad lingüística está aparejada al desarrollo ideográfico, es decir, ideas graficadas. Por eso he encontrado yo acá representaciones de peyote, ojitos de dios, el altar de lluvia, una asociación que yo vi mucho con tepehuanos entre zoomorfos y antropomorfos de tres dedos, una serie de códigos ideográficamente plasmados sobre lingüística yutoazteca”.
Pero la colonización, motivada por el oro y otros metales preciosos, transformó la sociedad y el modelo productivo. Se dejó de tomar lo que se necesitaba para llegar a otro estilo de vida. De la caza y la recolección, a la minería, ganadería y posteriormente, la agroindustria que se vive hoy en el centro del estado.
Es en estas condiciones, reflexiona el arqueólogo, que la sociedad tiene que conectarse con su ser sensible.
“No olvidar que el pasado está determinado por un presente, porque somos la expresión de un presente pero también de un pasado, porque somos seres sociales y seres históricos”.
La arqueología del futuro
Hacemos un ejercicio de futurología e imaginamos cómo sería este espacio dentro de 300 años. Empezamos con el hogar. ¿Qué partes de nuestra casa sobrevivirán si la ciudad es abandonada en un futuro hipotético? ¿y más allá del hogar?
Quedarán placas, algunas entre las ruinas, como las estelas de los gobernadores de Mesopotamia o Egipto. Esta obra fue inaugurada por Patricio Martínez. Esta otra, por Salinas de Gortari. Una forma de hacerse inmortales, de permanecer en los símbolos después de la muerte.
“Hay que hacer ese esfuerzo de imaginación porque no somos eternos. Todo el tiempo está la transformación, el cambio constante. El deterioro de lo material se da así como el deterioro de lo orgánico, del cuerpo, de la carne, está en constante cambio. Hacer ese ejercicio nos hace más humildes. Nos hace mucho más sumisos ante el cambio y la transformación y ante esa idea muy arraigada del ego de que somos inmortales”.
Aún así, Mendiola no cree que la pandemia o una tercera guerra mundial terminen con la humanidad. El aprendizaje es lento, dice, y se tiene que hacer el esfuerzo de erradicar prácticas o conductas nocivas, como extraer de la naturaleza más de lo necesario.
“¿Por qué necesitamos leyes y autoridades?”, se pregunta el arqueólogo. Podríamos prescindir de todo eso si hubiera una consciencia expandida de bienestar para todos, se responde.
“Lo veo yo como arqueólogo, porque parece que hemos tenido muchos siglos o mucho tiempo viviendo en ciudades. No, tenemos una octava parte del desarrollo humano. Lo demás lo hemos vivido en cavernas. Nos creemos grandísimos creadores tecnológicos. No, tenemos muy poco tiempo viviendo en ciudades y si no somos respetuosos del entorno y el medio ambiente, esto colapsa. Ya colapsó con la cultura maya, con la cultura egipcia, entonces sí estamos ante disyuntivas y tiene que ver con la falta de memoria histórica. No considerar de dónde venimos”.
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