Chihuahua

viernes 26 abril, 2024

“Nunca seremos las mismas después de la pandemia”: enfermeras del área Covid

Personal de enfermería que combate la pandemia en la primera línea lleva un año de cansancio, incertidumbre y largas jornada de trabajo; además, muchas veces, su labor es invisibilizada dentro del contexto de la emergencia sanitaria

Aranzazú Ayala Martínez / LadoB

“El primer día [de pandemia] fue muy difícil (…) porque no sabíamos mucho de ese virus. Te agarra el pánico de lo que no sabes que va a pasar; que nadie se quiere contagiar. Empiezas a respirar más rápido y eso te cansa más rápido”, cuenta Mariana*, enfermera de profesión desde hace más de una década y trabajadora en uno de los hospitales COVID de la capital de Puebla.

El miedo y la incertidumbre son la constante desde el inicio de la pandemia. Así como el cansancio extremo, brutal; un hartazgo de que simplemente vivir implique un riesgo constante de contagio.

Especialmente es así para el personal de enfermería que atiende a pacientes COVID en primera línea, pues es uno de los más expuestos y que más ha trabajado desde el comienzo de todo, hace casi un año. Mariana y Alicia*, enfermeras de hospitales COVID, compartieron con LADO B las historias de cómo se vive el día a día trabajando en los hospitales COVID. 

La rutina

Alicia, con apenas un par de años de experiencia, trabaja en el turno de la noche en un hospital del estado. Tiene las mañanas libres y, generalmente, duerme un par de horas por la tarde antes de ir a trabajar, para no estar tan cansada. Llegando al hospital, entre ocho y media y nueve de la noche, empieza todo el ritual para entrar al área COVID.

Se cambia en el vestidor: se pone su uniforme quirúrgico y el KN95; sale de ahí, se dirige al “área sucia” —la zona donde están los pacientes infectados— y antes de subir se pone la bata, las botas, dos pares de guantes, los goggles y el gorro, todo desechable.

Mariana tiene más años ejerciendo su profesión y en el hospital donde está tiene un horario distinto al de Alicia: sólo trabaja los fines de semana, en jornadas de 12 horas, que tienden a convertirse en 13 o 14.

Desde el inicio de la pandemia, su día empieza a las seis de la mañana. Se levanta, desayuna lo mejor que puede y toma solamente un vaso de agua, porque una vez entrando al área COVID no se puede beber, comer ni tampoco ir al baño. Su esposo es quien la lleva al hospital, para evitar contagios al usar el transporte público.

La enfermera, ubicada en el área de Urgencias, llega a las siete y media de la mañana al hospital, para iniciar su turno a las ocho. Lleva puesto su uniforme de tela y después va por su equipo de protección; el de ella consiste en: un overol, dos gorros quirúrgicos, dos pares de botas, dos guantes, una bata antifluidos y un cubrebocas.

Primero va el overol, después se pone un par de botas, luego el segundo par. Se coloca la capucha del overol, se sube el cierre, sella el overol con tela adhesiva —para que no se filtre nada—, se coloca la bata antifluidos, y por último el KN95. 

“[Vamos] al baño una vez. Te entra miedo, ansiedad, y vas al baño otra vez. Y te empiezas a vestir, siempre con el lavado de manos (…) Trataba de asimilar que iba a estar [con el equipo] ahí 12 horas”.

Y así como el proceso para ponerse todo el equipo, quitárselo y limpiarse es todo un ritual. Para desvestirse va por un pasillo hasta un cuarto especial donde, primero, se lava las manos en seco, luego se frota alcohol en gel, y después se quita la bata. A veces se rocía con cloro antes de empezar a quitarse el overol, que sale junto con el primer par de guantes. 

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