Texto por Karla Quintana y Patricia Mayorga
Fotografías por Carlos Andrés Fierro
“Cuando pasó todo (el 23 de septiembre de 2014) yo estaba en la primaria en Guachochi. Me impactó mucho porque pues yo era estudiante (…) Soy indígena, en la sierra hay muchas personas que son analfabetas, las escuelas están retiradas y hay profesores que no quieren llegar hasta allá. Yo quiero trabajar en mi tierra”, externa Irasema, estudiante de la Normal Rural “Ricardo Flores Magón” de Saucillo, Chihuahua.
Irasema no es su nombre verdadero. Como protocolo por seguridad, las normalistas y los normalistas omiten sus nombres en manifestaciones colectivas. Ella se da un tiempo para compartir su opinión y motivación para sumarse a la exigencia de justicia por la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzianapa hace 8 años.
Ella tenía apenas 11 años cuando, a casi 2 mil kilómetros de su tierra natal, desaparecieron a 43 jóvenes estudiantes de la normal rural Ricardo Isidro Burgos de Aytozinapa Guerrero, fueron asesinados en la ciudad de Iguala del mismo estado del sur de México.
Aquella noche, policías y militares, también asesinaron a seis personas, entre ellas otros tres normalistas. El impacto en el país fue devastador y hasta ahora, la exigencia de justicia sigue, así como la demanda por la aparición de los estudiantes que tenían entre 17 y 25 años.
Desde la Sierra Tarahumara, Irasema, quien estudiaba la primaria, se enteró de los hechos violentos que no le eran ajenos, porque en su tierra, también han vivido años de violencia e impunidad.
Tres días antes de la manifestación de este lunes en la ciudad de Chihuahua, otro hecho conmemorativo ocurrió en la Sierra Tarahumara. Familiares y amigos de los ocho jóvenes guerrilleros (entre ellos maestros y normalistas rurales) asesinados hace 57 años en el asalto al Cuartel de Madera, también recordaron en esa ciudad, la fecha del 23 de septiembre de 1965 y recibieron un monumento erigido en memoria, después de casi seis décadas de impunidad.
“La normal rural me ha ayudado mucho, a manifestar lo que sentimos y creemos. Hay lugares donde no está permitida la manifestación y la gente se queda callada ante estas situaciones. A mí me ha ayudado a abrirme y expresarme más. Me ha ayudado muchísimo porque en la sierra hay más machismo, la mujer no tiene voz. Estoy orgullosa de pertenecer a la normal porque me ha enseñado a alzar mi voz, a seguir siendo rarámuri sin permitir la violencia”, acotó la joven que fue parte del contingente que cimbró en un grito femenino la calle peatonal Libertad, en la capital del estado.
ESTA MARCHA NO ES DE FIESTA
El contingente de mujeres normalistas de Chihuahua se reunió glorieta de Francisco Villa para caminar acompañadas de personas que se solidarizaron con la exigencia de justicia en el país. Caminaron hasta llegar a plaza de Armas.
Con ellas protestaron estudiantes, hombres y mujeres, de las normales rurales de Amilcingo, Morelos; Aguilera, Durango y Mactumactzá, Chiapas.
Este lunes conmemoraron ocho años del crimen de Estado. Este último año, el gobierno federal logró la detención del exprocurador general de la República, Jesús Murillo Karam, a quien se le adjudica la “verdad histórica” que buscó archivar el caso en el gobierno del expresidente Enrique Peña Nieto. Sin embargo, llegaron al octavo aniversario con el caso impune y con incertidumbre por el manejo político que se le ha dado durante los ocho años.
Por la mañana, colocaron 43 sillas vacías frente a la plaza de Armas de la capital. En cada silla había una fotografía de cada uno de los estudiantes desaparecidos, para recordar que sus lugares continúan vacíos para sus compañeros, familiares y para la sociedad.
Más tarde, el agua de la glorieta de Francisco Villa se tiñó de rojo, cuando las estudiantes la pintaron para representar la sangre derramada de los 43 de Ayotzinapa. Caminaron hacia el centro de la ciudad: “estudiantes callados seguirán siendo explotados”, era una de las consignas.
Sus pancartas y playeras también gritaron: “Porque cuando el pensamiento se vuelve ingobernable, la conciencia grita: ¡Libertad”, “Sólo existe un sentimiento mayor que el amor hacia la libertad, es el odio a quien te la quita”, “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”, “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”.
Durante el trayecto fueron escoltadas por unidades y agentes de Vialidad, así de las policías municipal y estatal, que también tomaban fotografías del contingente.
A la altura del Palacio de Gobierno realizaron un performance que repitieron un par de veces más, una sobre la calle Vicente Guerrero y otra en la explanada de la presidencia municipal. Dramatizaron los hechos de la noche de Iguala, cuando se llevaron a los 43 normalistas. Terminaron con el pase de lista y cuestionaron: “¿Dónde estamos? Somos 43. Vivos se los llevaron, vivos los queremos”.
En el camino, por las calles y edificios, colocaron pesquisas de cada normalista.
El acto concluyó con un mitin en la plaza de Arma, en donde expusieron su inconformidad: “(…) sabemos que esto fue golpe de Estado, ya van para 8 años que no sabemos nada de nuestros normalistas, nuestros compañeros, de los hijos de aquellas personas que más lo necesitan en el estado de Guerrero, que eran igual que nosotros. Eran hijos de campesinos, no sabemos lo que ha ocurrido con ellos, deciden atacar y acabar con el normalismo rural, con acciones represoras, nos empiezan a hostigar, nos empiezan a reprimir, nos empiezan a matar y a desaparecer..” fue una de las muchas declaraciones de los normalistas de Saucillo.
Yuliana, otra joven normalista de 18 años, dijo en entrevista que el acto atroz contra los estudiantes de Ayotzinapa la marcó, aún cuando ella tenía 10 años apenas.
“MI hermana estaba en la Normal cuando pasó esto. Teníamos acercamiento con esto. Ella lo vivía. Me trae ahora sentimientos encontrados porque te pones a pensar que pudo haber sido tu hermano o tu hermana, entonces se siente mucha impotencia que tu pudiste ser parte de esas 43 familias que ahorita le falta un integrante por culpa de un gobierno que no le interesa salvaguardar la seguridad de sus habitantes”, agregó la joven chihuahuense.
Para ella, ser normalista es tener primero empatía, ponerse en los zapatos de la otra persona, “porque no sabemos en qué momento nos puede llegar a pasar también a nosotras. Que nos toca ir a Ayotzinapa y convivir con los 43 padres de familia, verlos de cerca, ver que no descansan, que no comen por estar en la lucha por la aparición de sus hijos. Te da una empatía muy grande de saber que si ellos no se han rendido, porqué tu te vas a rendir en esta lucha. Te da fuerza. Ser normalista rural, es ser compañeras”.
El mitin concluyó con un acto musical por la rondalla de la misma normal “Ricardo Flores Magón”, de Saucillo.