Chihuahua

viernes 26 abril, 2024

Baquéachi, del despojo de su territorio al sueño de ser ejido ganadero

Texto y fotografías: Adriana Alejandra Esquivel / Raíchali

  • En noviembre de 2018 el ejido de Baquéachi recibió las primeras vacas de los ganaderos mestizos de Nonoava
  • A la fechan han registrado y marcado a 100 animales; esperan que en el transcurso del año les entreguen más


Baquéachi, Carichí.-
De la herida que dejaron los mestizos de Nonoava al despojarlos de su territorio ancestral hace más de 90 años, en la comunidad indígena de Baquéachi nació un sueño: convertirse en ejido ganadero.

Detrás de aquel corral de piedra que alguna vez decidieron destruir porque sus invasores se negaron a regresarles sus tierras, hoy cuidan a cien reses que les entregaron en noviembre de 2018, como acuerdo para resarcir el daño que les hicieron.

Los rarámuri son un pueblo de pocas palabras, pero los Baquéachi contagian su felicidad cada que lazan y marcan a una de sus vacas. Trabajan y ríen juntos. A su modo, reconocen que nunca imaginaron que a ellos les tocaría ver consolidado este triunfo, menos que esa alegría la compartirían con sus hijos. 

El comisario ejidal Meregildo Reyes cuida en el fuego el hierro que lleva la marca del ejido. Mira tranquilo la parcela que comprende la Mesa del Águila, y presume que ya está bien alto el zacate, en algunas partes ya les llega a las rodillas.

El conflicto legal con el ejido fue de 11 ganaderos contra la comunidad. Entre ellos se encuentran Gonzalo García terrazas, Enrique Caro Quezada, Nicolás Caro terrazas, Rubén Caro Terrazas, Leonardo Caro Terrazas, Jesús Manuel Caro Villalobos, Teófilo Hernández Meraz, Claudio Meraz Domínguez y Carlos Villalobos Cano.

En un inicio, los afectados buscaron un diálogo con ellos, pero confiados en que ganarían la batalla en el Tribunal Agrario, los mestizos rechazaron la conciliación.

A finales de 2009, ganaron los primeros juicios, cuya resolución obligaba a los invasores a restituir sus terrenos, que comprendían más de 7 mil hectáreas de pastizal y siembra, sin embargo, todas las resoluciones que daban la razón al ejido fueron impugnadas.

Resignados, los mestizos buscaron a la comunidad y acordaron entregar las reses a cambio de algunas tierras. En noviembre de 2018, casi 10 años después de que se emitieran las primeras resoluciones a su favor, llegaron al ejido los primeros animales.

Las autoridades indígenas y su abogada Estela Ángeles Mondragón iniciaron el registro en la Unión Ganadera Regional de Chihuahua para obtener la autorización de su fierro o marca de identificación.

Las resoluciones que dio el Tribunal Unitario Agrario del Distrito 5 a los 32 juicios por el despojo de los Baquéachi podrían parecer sólo papeles, pero, para ellos, es el fruto de la valentía con la que enfrentaron las agresiones, las amenazas y del dolor que dejó el asesinato de su representante Ernesto Rábago el 1 de marzo de 2009.

Para ellos, esos papeles les dan la esperanza de trabajar sus tierras para sacar a sus familias adelante al representar la oportunidad de brincar del autoconsumo al desarrollo económico de la comunidad.

Aunque la tribu comenzó a ser noticia en 2006, su lucha la han heredado generación, tras generación. El primer registro que hay sobre los Baquéachi es de 1928, cuando en una resolución presidencial se les reconoció la propiedad de 44 mil hectáreas en el municipio de Carichí.

La invasión fue casi inmediata. Comenzó por mestizos del municipio vecino de Nonoava, quienes les arrebataron 7 mil 700 hectáreas acotados cerca del Cerro del Tecolote. Después vinieron los de Carichí que, dispersos, tomaron cerca de 25 mil hectáreas del ejido.

La tribu terminó como un huésped de tercera en su propia casa. En su ejido ubicado a unas cinco horas de la capital de Chihuahua, en la sierra madre occidental, sufrieron innumerables agresiones que, en vez de someterlos, les dieron la fuerza para alzar la voz.

Después de varios intentos por recuperar su territorio, en 1995 encontraron a un par de representantes legales que los ayudarían a obtener el triunfo. Estela Ángeles Mondragón y su compañero de vida Ernesto Rábago.

Sus primeras victorias llegaron con el amargo sabor del hostigamiento, de amenazas, atentados e incluso el homicidio impune de Rábago Martínez, el primero de marzo de 2009.

Por eso su triunfo no es cualquier cosa. Mientras Canelita, uno de los vaqueros, observa a los más jóvenes reírse porque no logran domar a uno de sus animales, dice, despacio, que les ha costado mucho pero ha valido la pena.

La Mesa del Águila está a cerca de 10 minutos del pueblo. Desde el mirador que hay a medio camino, se alcanzan a ver las casas de los mestizos que lograron recuperar en los 32 juicios que ganaron.

La mayoría de las propiedades están en ruinas. Recuerdan que, mientras en la capital de Chihuahua los tambores rarámuri sonaban en el centro histórico como celebración de los primeros fallos a favor de la comunidad, hace cinco y seis años, los ganaderos derribaban las propiedades que debía regresarles.

Sus memorias ya les sacan más sonrisas que penas. Cuando derribaron esa barda en la que ahora descansan, les costó unos 4 mil pesos “de aquel tiempo” reparar el daño a los invasores de su tierra.

Están agotados, pero presumen que ya terminaron de marcar sus 100 reses y el siguiente paso, su nuevo proyecto, es buscar cómo hacer rendir el agua y los recursos que tiene para sacar adelante su ejido, ahora ganadero.

Al final de la jornada, su preocupación sólo era la comida. Con una navaja por cuchillo y una bolsa de plástico como cacerola, picaron papas, carne, jamón, tocino y un par de verduras para la discada que, ahora, pueden disfrutar libres en su tierra.

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