Chihuahua

jueves 28 marzo, 2024
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    Pascoleros rarámuri queman a Judas para liberar a su comunidad del mal

    Norogachi, Guachochi .- El sonido del tambor y el violín anuncian el fin del mal. Desde la iglesia construida en el corazón de Norogachi se alcanzan a ver la danza de Los Pascoleros, dos rarámuri elegidos para darle muerte a Judas y así, terminar con la maldad que hay en el pueblo.

    Cientos de personas, rarámuri y mestizos, esperan ansiosos en el atrio del templo desde las 8:00 del Sábado Santo para observar el ritual que enmarca el fin de la fiesta de Semana Santa pues, de ahí, varios regresan a sus comunidades para celebrar el domingo de resurrección.


    En ese momento no importa el origen, la edad o cuántas veces han presenciado la muerte del chabochi (mestizo), todos observan atentos el inicio de la guerra del bien contra el mal.


    Esta fiesta tradicional de la Alta Tarahumara tiene varias interpretaciones. Algunos rarámuri cuentan que son días de fiesta porque se reencuentran las familias que, por falta de oportunidades, se han tenido de ir; otros hablan del inicio de las cosechas, pero en lo general coinciden en el objetivo: el cierre de un ciclo que trae paz para su pueblo.


    Los pascoleros danzan hasta la esquina izquierda del templo en donde los pintos o fariseos resguardan a dos Judas hechos con ramas y hojas de pino, ambos vestidos con pantalón de mezclilla (uno azul, otro café), camisa y sombrero.

    Conforme avanzan, le lanzan piedras para herirlos pero los pintos se defienden y en brazos toman a los dos hombres para regresarles el golpe, pero el bien siempre triunfa. Después de tres ataques, entra al atrio un nuevo grupo de danzantes con lanza para terminar con la vida de los Judas.

    Para las 10:00 la fogata ya estaba encendida y, al ritmo del tambor, los chabochi (nombrados esta vez como Chumalia) ardieron en el fuego, se realizaron las últimas danzas y los pintos, también conocidos como los hijos de judas, dejaron el templo.


    Su cansancio, la ofrenda onorúame


    Para alcanzar ese nuevo ciclo de paz la ofrenda que los rarámuri dan al onorúame (Dios que es Padre y Madre) es su cansancio. Aunque la fiesta pascua comienza el Domingo de Ramos, en esta comunidad del municipio de Guachochi, la celebración grande arranca la tarde del miércoles.

    El primer grupo de pintos que llega a la comunidad ese día sube al Cerro de la Cruz antes del anochecer para encender las luminarias. En el camino danzan y recolectan ramas y hojas para la fogata que avisará a los demás fariseos de que el jueves comenzará la procesión.

    “Jesús les dijo a sus discípulos que no se durmieran y ellos no le hicieron caso. Nos quedamos aquí toda la noche por eso. El miércoles el fuego es para buscarlo, los demás días es para estar con él”

    -Lúcio Palma

    El fuego es replicado en la cima de los cerros que rodean a Norogachi y, desde esa noche, los rarámuri permanecen en vela para acompañar a Jesús desde su arresto hasta su crucifixión.


    El jueves el pueblo se viste de fiesta. Las calles están llenas de hombres, mujeres, niños y niñas que esperan ver a los pintos. El arroyo que atraviesa el pueblo es el punto de encuentro. Ahí se concentran los principales grupos de danzantes para preparar el ritual.

    En los escalones del puente, toman el recaca, una piedra caliza que mezclan con agua y un poco de tierra para pintar lunares blancos por su cuerpo.La primera danza comenzó poco después del mediodía y para el anochecer habían llegado nueve de los 12 grupos de pintos que cada año se reúnen en Norogachi.

    A partir de ese momento, las procesiones sólo se detienen a la hora de la misa y para que los danzantes coman. Al amanecer del Viernes Santo los pintos continúan con las danzas de procesión hasta el mediodía, cuando se realiza el viacrucis y el encuentro de Jesús con su madre María.


    Si no toma tesgüino… ¿Pa qué vino?


    La celebración es una muestra de resistencia para quienes estén dispuestos a acompañar a los rarámuri. Al cumplirse dos días de conmemoración, los danzantes recorren el pueblo hasta llegar al Camposanto para el entierro simbólico de Jesús, acto que concluye con la procesión del silencio.


    Las danzas se detienen para que los pintos coman y compartan el tesgüino. En la casa de Luly, la abanderada, comienza el preparativo para los pascoleros, una ceremonia que, cuentan, antes era privada y sólo algunos privilegiados eran bienvenidos.

    La abanderada o alapérusi es elegida para que organice y dirija la pascua por tres años. En su casa se prepara el tesgüino y se pinta a los pascoleros. Luly, quien cumplió su segundo año encabezando la ceremonia, no se detiene en toda la noche y tampoco acepta ayuda de quienes la visitan pues dice con orgullo que es su responsabilidad que todo salga bien.

    Junto a las tres fogatas que encendió para soportar las bajas temperaturas de la madrugada, se colocan los dos pascoleros a quienes bañan con agua tibia para después aplicarles la misma mezcla blanca que portan los pintos, pero en este caso cubren todo su cuerpo.

    Samuel, quien ha pintado a los pascoleros desde hace más de 25 años, explica que deben tener mucha paciencia porque deben resistir de pie con los brazos extendidos hasta el recaca seque. Para la medianoche, otros tres rarámuri ayudan con los últimos detalles.

    Al pascolero más grande lo tiñen con pintura negra y roja, este último color predomina para indicar que él es el hombre. Su compañero lleva los pies negros para representar a la mujer, por lo que siempre debe danzar detrás de él.

    “Ellos representan el bien y el mal, el hombre y la mujer. No es que uno sea bueno y el otro malo, es un complemento, se ayudan para derrotar al mal”


    Es uno de los momentos más sagrados para la comunidad. Tanto los espectadores como los pintores y los pascoleros disfrutan de la música del violín y el tambor, comparten los cigarros, y la güeja de tesgüino pasa de mano en mano: aquí es comunidad y le tiene que tomar. Si no quiere tesgüino, pa qué vino”.

    La muerte de Judas está programada para las 7:00 del sábado, pero el alcohol y el cansancio a veces retrasa la salida de los pascoleros, quienes, entre risas, dicen que irán hasta las 9:00.

    Mientras la ceremonia continúa con la alapérusi, los pascoleros comienzan una nueva danza alrededor de una cruz cubierta con ramas de pino y los pintos cuidan a sus dos chabochi, a la espera de la batalla final.

    Quienes los acompañan hasta el final comparten por última vez el tesgüino en la explanada de la presidencia, en donde danzan una vez más para dar por terminados los días grandes de fiesta y, hermanados, se despiden hasta la próxima fiesta: 12 de octubre, día de la raza.

    “¿Sé va? Pos quién los corre”, bromean entre ellos cuando les dan las gracias los siguen su camino hacia las rancherías cercanas, a la ciudad y a quienes los visitan cada año de otros países, una despedida que hacen con la seguridad de volverlos a encontrar en la siguiente Pascua.

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